“Un secreto para
contar”
En
las llanuras del pueblo de Papelón, por allá donde se siembran las patillas más
dulces, se encontraba el “Astuto Orejas Blancas”, le decían así al señor más
sabio o más hábil para la siembra, de trabajo duro y de mucho pensar. Él si
sabía cómo hacer que las cosas se hicieran muy grandes, las cosechas era su
predilecto afán. Yo lo veía tomando datos en una libreta, escribía todo lo que
pensaba, observaba todo, tanto, que lo olía, lo degustaba, lo palpaba y lo
sentía de tal forma que parecía que a veces se lo quería comer como a un mango. Era todo un personaje. Creía que las
personas podían ser enseñadas a amar la naturaleza, si la estudiáramos más y ella luego nos diría sus secretos.
En
una oportunidad mi Abuelo “Astuto Orejas Blancas” me relató, el secreto de los
secretos. Y yo en este momento se los voy a contar. Claro, él me dijo que no lo
hiciera en aquella ocasión, pero cómo no contar esta fabulosa investigación.
Presten mucha atención que la historia puede confundirte un poco, sino anotas.
Según
mi abuelo paterno la manera de hacer las cosas más grandes, es buscar en lo más
pequeño de ellas y así mismo sabrás lo escondido. Si, es algo extraño pensar
que desde lo más pequeño podemos cambiar el tamaño de las frutas, tubérculos,
hortalizas. Él entra en su cuarto en el patio trasero de la casa y con
dedicación hace experimentos. Los experimentos son pruebas, donde observa que
sucede con cada cambio. Si tiene un vaso con agua, él la calienta, luego la
enfría, después le agrega otras aguas y así va paso a paso. Todo lo anota en
una libreta azul. Escribe el día y lo que está haciendo con mucho detalle.
Luego dice “Eureka” y nos relata la solución de un problema.
En
una mañana donde varios pajaritos cantaban y las abejas zumbaban, Don Astuto
Orejas Blancas se decidió a conseguir la forma de saber con anticipación la
caída de agua del cielo, eso que le dicen LLUVIA, de agua mojada. También la
cura para la rabia, si el antídoto o como quieras que lo llamemos, algunos lo
llaman brebaje, poción, menjurje Rascañuelos o inyección. Él le llamaba Mezcla,
por aquello que las cosas había que llamarlas por su nombre correcto. Él era
muy correcto, era muy inteligente, era muy hábil y digo que era porque ya no
está con nosotros, pero si su memoria y sus experimentos. Lo que se proponía
resolver era saber cuando exactamente puede llover, saber dónde llovería. Lo
raro de todo esto es que en su cuarto de experimento, ese de techo de Zinc y
paredes de barro blanco había muchos frascos de cristales con cosas muy
extrañas, objetos y olores que nunca yo había visto, ni olido. Lo más increíble
es que tenía un gran panal de abejas de donde sacaba miel y un gran laberinto
de caminos encontrados de hormigas. Cada una de ellas tenía un nombre, eso me
asombraba mucho, las respetaba tanto que las llamó con números y por supuesto
con sus apellidos. Por lo tanto podíamos conseguir “Uno Malbañada Valiente” “Dos Sifrina Autosuficiente” y así para cada
una existía un nombre y todas las mañana contestaban a su llamado. Eran dos
millones setecientos veintisiete mil doscientos setenta y dos hormiguitas y
amiguitas. Experimentó tanto con ellas que un domingo de visita con mis padres
me dijo ¿Quieres que te cuente mis experimentos? sentado en una silla que él
mismo había elaborado con un árbol que tenía una barriga llamado Ceiba.- Claro
que si abuelo, tu sabes que si- Bueno mi aprendiz, ubíquese por allá y le
muestro mis conclusiones. Sacó un libro que tenía muchos escritos, todos con un
una letra grande y cursiva. Al final del cuaderno de anotaciones decía algo
encerrado en una circunferencia: “Cuando
va a llover, las hormigas “Treinta dos llena de suerte” y su compañera de
camino “Cincuenta y cuatro pata caliente” suben con sus larvas (hijas) a zonas
más altas del laberinto, todas las demás las siguen”. Eso me asombró y lo
miré con alegría diciendo: -Abuelo ¿Cómo lo hiciste?-. Sencillo hijo mío, un
día sentado en mi hamaca entre dormido pude mirar como pasaba esto. Yo había
sacado el recipiente de las hormigas una noche antes al patio y solo tuve que
esperar con paciencia que esto sucediera. Antes lo había visto, pero en las
matas de Topocho de tu tía Alejandrina. Las hormigas silvestres se subían 32
minutos antes de que empezara a llover y me dispuse a probar si eso, les
ocurría a las restantes. Luego anoté lo visto y después de nombrar a cada una
marcándolas con un color, llegué a esta asombrosa conclusión. – Aaahh chévere,
quiere decir que tú experimentaste. – Si yo hice lo que muchos hombres y
mujeres hacen, observo con todos mis sentidos.- Abuelo ¿y porque las demás
personas no hacen esto?-. Sencillo porque no les interesa, tienen otras ideas,
quieren encontrar otras respuestas-. Abuelito tú me quieres decir que también
son inteligentes como tú. – Si todos somos inteligentes, no existe nadie que no
lo sea. –Aaahh pero yo creo que si existe alguien que yo conozco, que si lo
es-. ¿Cómo así? – Tranquilo Astuto Orejas Blancas, yo sé lo que te digo. –No,
Raúl esa manera de dirigirte a los demás no es correcto, recuerda que no todos
entendemos de igual manera, unos más rápido que otros.
Ese
día Raulito y su abuelo “Astuto Orejas Blancas” conversaron sobre otras cosas interesantes,
tanto así que le contó cómo había encontrado la cura de la rabia. Lo importante
de ese día fue que el niño cuenta se dio, que la constancia y la organización
nos ayuda a encontrar respuestas. Por último el hombre de muchas canas le dijo
a su nieto: -Nunca te acuestes con una pregunta que no hayas respondido- y
Raulito después de muchos entendió que dormir no era estar en la cama, sino
desmayarse y abandonar las ideas.
Aaahh
se me olvidaba decirles, la cura para la rabia es el Amor…