El
muchacho del ojo azul
C
|
uenta la
historia que muchos niños y niñas guardan en su naturaleza, la vida de sus
padres. Corría los años difíciles y este joven gustaba del mundo exterior. La
aventura empezaba a querer ser su camino y las noches eran cortas pesando en lo
mucho que podría divertirse en la mañana siguiente. Un suspiro avisaba que él
soñaba con salir y experimentar. Raúl era su nombre, algunos le decían
Rafaelito. En realidad en el barrio de calles empedradas, absolutamente nadie,
sabía cuál era su verdadero nombre, lo cierto es que el único a quien esperaba
él, en el pórtico de la puerta era al viejo Adolfo que le decía, Dios te
Bendiga mi mono. De allí que la mayoría estaba confundido, los muchachos no
querían pasar por mal educados al preguntarle al “mono” cuál era su nombre
real, era más fácil llamarse entre ellos como, caimán, el pata e lancha, el brincao
y el catire cerro prendio.
Las madres se disgustaban cuando
entre ellos se llaman de forma tan rara porque estaba fuera de la educación que
se inculcaba en casa, y aún más en la escuela. Eran esos años donde los padres
trabajan y las madres estaban en el hogar. Lo cierto es que cada nombre tenía
una historia y ese cuento comienza así.
El caimán se le decía al niño más
activo de todos, pero su fortaleza no era sinónimo ser muy ágil, era más bien
tosco. Cada actividad del grupo casi siempre no las terminaba él, por aquello
que no tenía la habilidad en sus manos, no era un prodigio para atrapar pelotas
y menos las que el mono pateaba. Al caimán siempre le daban la portería pero
nunca paraba un balón. –Ahora que lo pienso, más bien deberíamos poner a
Luisito como delantero, es tan caimán en la portería que siempre perdemos con
los del Barrio Curazao-dijo el pata e lancha. Así este niño obtuvo como bautizo
de grupo, el nombre de aquel fuerte reptil pero muy caimán para defender
nuestra portería de tela de gallina.
Pata e lancha era un apodo muy
feo, igual que los otros, porque sencillamente demostraba lo grande que eran
los pies de nuestro amigo Jesús, eran tan grandes que su madre la señora
Cándida tenía que mandarle a hacer los zapatos en Colombia, en un pueblo que
era por tradición hacedores de calzados, maquinistas, fuertes mujeres y hombres
con creatividad que diseñaban los mejores zapatos. Los zapatos de él eran de 30
puntadas, si esa medida tan extraña que tienen los “Champ”.
A Juan le llamábamos el
“Brincao”, todo de acuerdo a una historia familiar de los Rodríguez, que dice
que él, en su día de nacimiento fue brincado por un médico. Peculiarmente
sucedió que en trabajo de parto de la Sra. María Rodríguez el niño inquieto
salió disparado, como en una gran carrera de velocidad, el vientre de su madre
parecía un cañón lanzando una bala, fue atajado por la enfermera Carmencita,
rebotando en sus brazos, pero se le cayó en la cama donde estaba su mami. La
señora María estaba acompañada por un médico que tuvo que saltar con tanta
fuerza, que pegó su cabeza de la lámpara de la sala de parto. Así Juan, es un
héroe desde pequeño y además su cabeza se volvió tan fuerte que cuando jugamos
futbol, él es siempre delantero, por aquello de los Goles de Palomita. Es
nuestro héroe por tener esa “Mocha” como una roca, así decía el mono en todo
los juegos.
Los domingos y casi siempre a las
once cuando llegábamos del culto de oración con los hermanos Buenaño, yo
buscaba la manera de silbar a “cerro prendio”, el vivía al lado de mi casa. Su
casa estaba tan unida a la mía, que los perros de su solar comían en nuestro
patio trasero, los mangos dulces y rojitos caían en su patio y se venían
rodando hasta la puerta de la cocina de mi mamá. Era toda una facilidad llamar
a Carlitos. –Fui fuiu- ¡Aaah! Cerro Prendiooo. – ¿Qué paso Mono?-¿Tienes la
pelota?-le preguntaba con emoción Rafaelito. –Pos claro, esa nunca falla. – Llámate
a los muchachos-. Carlitos corría hasta la esquina de su casa y elevaba un
Papagayo y los muchachos a cuatro cuadras sabían que la tarde del encuentro
estaba lista. Los muchachos del Barrio Curazao, nos estaban esperando.
Cuando llegábamos a la cancha de
tierra, estaban esperándonos con muchas ansias. –Hola muchachos, tenemos ya más
de media hora que llegamos- Lo que pasó fue que la mamá del Mono le dijo que
arreglara el cuarto antes de salir. Ese día empezó el juego con tremendo sol,
tan amarillo que las hojas de los arboles verdes se veían con mayor colorido,
era tanto el calor que la tierra del campo me secaba la garganta cuando el
polvo acompañaba el balonazo. –Caiman dale pues-. Él sacó con tanta fuerza que
la recibió el mono con el pecho, la elevó con el muslo hasta que el balón
quedara frente a su rostro y luego la cabeceó pasándosela a pata e lancha, este
se desplazó rápidamente por el campo, pateó esa pelota con un enganche que le
hizo llegar la jugada a el Brincao, por supuesto este saltó evadiendo las dos
defensas, se la pasó con un toque de técnica tipo Ronaldo a Cerro Prendio y el
gol entró rasante por el tubo derecho, el gol fue impresionante. Después de
pasar mucho tiempo, no supimos cuantas anotaciones tuvimos pero si sabemos que
no ganamos por que el equipo de Curazao era muy grande y más rápido como el rey
Pelé, pero aprendimos algo, que el
próximo año le ganaremos porque creceremos en tamaño y experiencia, y tenemos algo que ellos tenían, FE Y TRABAJO EN EQUIPO.
Después de muchos años nos reunimos
ya mayores y nos recordábamos de lo emocionante de esos años felices, Cerro
Prendio se casó y tenía una gran familia de niñas, Caiman era piloto de
aviones, Pata e lancha era Juez en un Tribunal de menores, no supimos más del
Brincao. El mono llegó de último y tenía algo diferente, uno de sus ojos había
cambiado, lo que supimos fue que se aventuró en algo que le correspondía a los
adultos y que sencillamente por su espíritu libre se había encontrado con gente
muy radical. Su ojo había sido operado pero no su fuerza, lealtad y amistad
para con nosotros. Somos los mejores amigos a pesar del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario